Paco de la Torre, hipálages y extrañamientos

Carlos Pérez

En el catálogo El baño de las hipálages
Ya se ha escrito por muchos críticos –y quizá demasiadas veces– que, a finales del siglo veinte y comienzos del veintiuno, la pintura, la escultura, el grabado y el dibujo han perdido su definición clásica. Tal apreciación se ha extendido también a manifestaciones artísticas más recientes –como la fotografía, el cine y el diseño– e, incluso, a la literatura. Parece ser que consideraciones como esa –de carácter general– son las únicas que, dadas las incertidumbres, se pueden mantener tras el largo y apasionado intercambio de opiniones sobre las formulaciones del arte actual y las propuestas del mismo que apuntan hacia el futuro. Sin embargo, se ha de señalar que en esos debates no se ha tenido en cuenta el trabajo de algunos artistas –no pocos– que siguen manteniendo duelos a pincel, lápiz, pluma, escoplo, aerógrafo o cámara de video alejados de tendencias, imposiciones y modas, más o menos momentáneas. Sin duda, Paco de la Torre se encuentra entre esos artistas que, de nuevo en una época heroica, resisten frente a las orientaciones –muchas veces confusas– del comercio y han optado por vías que hoy no son las más habituales, cuando el arte moderno –por definición antiacadémico– ha entrado en una nueva ortodoxia y ha dejado a un lado sus necesarias conexiones con el auténtico mundo del espectáculo.
Definir, pues, la obra de Paco de la Torre es algo muy complejo, ya que está más próximo a aquel estricto y pudoroso Mondrian –el que bailaba solitario, en la penumbra de su apartamento, los más frenéticos charlestones de Josephine Baker– que al actual neo–dadá vegetariano –no exento de ingenio, pese a todo– que compone imágenes ayudado de fotocopias láser. Así, se podría decir que la obra de Paco de la Torre, alejada de las manías de Manhattan, refleja las enseñanzas, absolutamente profesionales, de la academia de Lhote y Colarossi o el espíritu moderno que se articulaba desde el estudio de Léger. También se podría alinear a Paco de la Torre con los alumnos del Taller Torres–García, aunque como un discípulo atípico, consciente de la extrañez del público ante las formas y los colores que, desde comienzos del siglo pasado, les presentan los artistas. La mencionada extrañez –la misma que experimentaron László Péri y Nicolai Diulgheroff– ha llevado a Paco de la Torre ha realizar una serie de obras en las que, como un agente secreto de la vanguardia internacional –de la que aún quedan restos difíciles de enterrar–, se implica de lleno en la áspera discusión entre la abstracción y la figuración, consciente de que su mediación es una aventura nunca exenta de peligros y no siempre bien entendida. De esa manera, los trabajos de Paco de la Torre se pueden equiparar a ese esfuerzo por la intemporalidad que llevaron a cabo músicos como Duke Ellington o Thelonious Monk y, también, artistas plásticos, como Stuart Davis o Bruno Munari, cuyas obras resultaron de una revisión rigurosa de todas aquellas maneras de hacer que estimularon los sentidos del hombre para situarlo en el centro de la vida contemporánea.
La obra de Paco de la Torre es también un juego, en el que las reglas son establecidas, unas veces, por formas geométricas convencionales –semejantes a las de un repertorio de arquitectura elemental– y, otras, por complicadas conjunciones de planos y elementos orgánicos que, en vez de sugerir, advierten de que las historias de vanguardia son siempre inquietantes. Es muy posible que esto sea así porque Paco de la Torre se entrevista, frecuentemente, con Fortunato Depero que –siempre animado por un contagioso fervor futurista– examina, intransigente, la rotundidad de cada voluta, la exactitud de cada línea, la densidad de cada pincelada y el grado de entusiasmo de la composición.
Se ha de subrayar también, que Paco de la Torre no desdeña los encuentros con Josef Albers –aunque sea al volante de un Dodge crispado– para interpretar después, desde otra perspectiva, los consejos del viejo maestro cartesiano sobre la interacción del color. Asimismo, se debe indicar que Paco de la Torre se ha relacionado, en varias ocasiones, con Tanguy y otras criaturas del mismo género que habitan en la una especial zona del Paraíso. De estos últimos, aprendió, muy probablemente, los difíciles mecanismos de la retórica, un día extraño, cuando ellos –con una sonrisa de complicidad– le llevaron a observar el enigmático baño de las hipálages y no el acostumbrado desayuno sobre la hierba.
Catálogo El baño de las hipálages

PUBLICACIÓN

EXPOSICIÓN