La ley más alta

Adolfo Barberá

En el catálogo El arquitecto invisible
ISBN: 978-8492064328
«Una defensa recientemente inventada para resistir a los bombardeos«. Con estas palabras se refiere el arquitecto sienés Francesco di Giorgio al capannato, un nuevo elemento o módulo de la arquitectura militar que hace su aparición precisamente en un momento (siglo XV) en que la artillería adquiere una nueva importancia estratégica que traería como consecuencia, entre otras cosas, la transformación de castillos
y fortificaciones medievales en bastiones y baluartes modernos. De alguna forma continuamos viviendo en la misma época y el bombardeo sigue siendo una forma privilegiada de hacer la guerra. Lo era en 1937 en Almería y sigue siéndolo aunque parezca mentira todavía hoy en 2005.
¿Y qué es el capannato? Hoy lo llamaríamos búnker. Casi sin quererlo, me he encontrado con búnkeres en las playas del Mar del Norte, desde Schiermonnikoog hasta Wissens, colgados, semihundidos o volcados sobre las dunas. ¿Cómo consiguieron esas posturas los constructores? Son racionalistas y al paso metafísicos por una sola razón:
– su forma es lo que es, o
– son forma, o
– son su forma.
Nada está oculto ni hay ornamento. Son puro esquema de resisten- cia. La arquitectura militar desnuda. Esa desnudez primordial fascina. No estoy hablando del verismo ingenieril (del que me hablaba mi padre a pie de obra) ni del funcionalismo, ni tan siquiera del raciona- lismo, sino de algo mucho más elemental: la urgencia de construir y la desnudez de lo construido. Un búnquer del paso de Calais o de una isla frisia puede llegar a tener la carnadura de un cortijo del campo de Níjar. También el chato cortijo de anchos muros y contrafuertes se bate con urgencia frente a enemigos implacables: el sol y la pobreza. (O mejor dicho, se batía, en el pasado, ya que el turismo, que todo lo puede y que todo lo cambia, ha hecho de los pobres cortijos bellos objetos codiciables.)
Que no se me malentienda. No estoy reivindicando el búnker como modelo. Búnkeres y cortijos pueden llegar a ser hermosos, mas en ellos no actúa la fuerza del capannato.
Es cierto que las variadas configuraciones del capannato de Francesco di Giorgio responden a problemas de control estratégico del terreno, es decir a cómo determinar un Sitio en el Lugar. Sin embargo, todavía hoy, más de 500 años después de que fuera creado, el capannato, bastante alejado de lo que fuera su uso, nos sorprende por su belleza. También hoy, medio siglo después, el refugio de Guillermo Langle, el «refugio racionalista», como lo llama el pintor Paco de la Torre con ajustada precisión, se destaca en un desierto de cemento y asfalto.
Descubrí el refugio racionalista gracias a la colaboración de Paco de la Torre para el no 1 de la revista MUNDOS (cf. «Primera Puerta» (2000), la primera obra de la serie «Las puertas del infinito» que el pintor presentó como un «Homenaje a los refugios del arquitecto Guillermo Langle en Almería»). En alguna conversación anterior a la publicación de esa obra, el pintor ya se había referido de manera alusiva al refugio como una posible línea de trabajo, algo que no debe sorprender en un artista para quien la construcción y la arquitectura siempre han sido personajes de sus cuadros. Las obras que Paco de la Torre presenta -tras 5 años de trabajo- bajo el título «El arquitecto invisible» van pues más allá del homenaje anecdótico a un arquitecto de su ciudad y se enraizan en lo más profundo de su experiencia plástica.
La potencia metafórica es la capacidad de ser metáfora, metáfora de algo (de nada). La potencia metafórica del refugio que diseñó Guillermo Langle para Almería es inusitada. En el refugio hay dos partes: el kiosko y el tubo (la galería que conduce a otras galerías, etc.). El kiosko es un embellecimiento que… ¿hace olvidar el tubo? El kiosko se inscribe sin duda en la tradición del «preciosismo», mientras que el tubo es el «marcianismo» de una ramificación subterránea de 3 kilómetros que casi me hace evocar un cuadro de Luis Gordillo, algo entre intestinal y orgánico. Los tubos marcianos datan de la guerra civil; el kiosko precioso, de la «paz» que siguió. El tubo es la marca de la afrenta y de una humillación: el humano forzado a devenir topo. El kiosko enmascara, embellece y sublima. Pero más allá del enmascaramiento y de la ocultación, la Arquitectura se encuentra con la Guerra, y la Geometría se rebela, superando al puro interés defensivo y militar. Cuando uno contempla los bellos volúmenes desnudos de los refugios racionalistas, objetos extraños y perfectos, siente que por encima de la determinación y del condicionante estratégico o político que marcó su aparición, otra ley más alta, diferente de la ley de la guerra, está llevando el juego.
S.T. 2005 24 X 32 cm. Mixta/papel

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