A través
Paco de la Torre
En el catálogo Travesías
ISBN: 978-84-9089-007-3
Muelle de Levante fue una exposición originada por la aparición, a principio de la década de los años 1990, de un amplio grupo de pintores en el eje Madrid-Valencia-Cartagena que compartían ciertas claves conceptuales y plásticas desde iniciativas individuales. Lo relevante del caso es que la gran mayoría de aquellos autores siguen hoy en activo, han desarrollado una producción artística basada en aquellas ideas y, a pesar de esta larga travesía, mantienen su rumbo. Desde su celebración en 1994, probablemente, Muelle de Levante se haya convertido en uno de los referente de la reciente pintura figurativa española. Travesías conmemora estos veinte años a través de una visión sobre el presente de aquel fenómeno pictórico.
El contexto en el que se celebró Muelle de Levante, el periodo comprendido entre finales de los años ochenta y principio de los noventa, se caracterizó por un traumático cambio de paradigma en el terreno artístico. Las disciplinas clásicas, como la escultura y pintura, sufrirían una gran crisis que derivó en la pérdida de su hegemonía en favor de los nuevos medios y los posicionamientos neoconceptuales. Entre los efectos provocados por este cambio, y en el que inevitablemente se vio envuelta aquella iniciativa, debemos destacar el desencuentro entre los diferentes posicionamientos en conflicto. Actualmente podemos hablar de cierta normalización, la convivencia basada en la diversidad y las nuevas cuotas de poder ha establecido un nuevo statu quo democrático y plural donde las tendencias responden más a claves conceptuales que plásticas. Las diversas disciplinas, medios y actitudes conforman un nuevo ecosistema de las artes que se escenifica internacionalmente en ferias, bienales, o la programación de espacios institucionales y galerías privadas.
Es en este contexto en el que se presenta la exposición Travesías. Una propuesta que, lejos de plantear una recuperación historicista o revisión crítica, ofrece una mirada sobre la producción reciente de la gran mayoría de los artistas que participaron en aquella muestra junto a otros autores que, a lo largo de este periodo, han formado parte de las diferentes convocatorias en las que se ha reflexionado sobre esta actitud pictórica.
Muelle de Levante fue el resultado de un cúmulo de coincidencias, el traslado de residencia a Denia del artista Dis Berlin —promotor de la exposición El retorno del hijo pródigo[1] —, el gran interés del crítico Juan Manuel Bonet por estos pintores y la complicidad de diversos agentes artísticos de la ciudad. Entre ellos, Juan Lagardera desde el Club Diario Levante[2], así como relevantes galerías valencianas entre las que destacan La Nave, Bretón, Val i 30, Postpos y, especialmente, la galería My Name’s Lolita Art dirigida por Ramón García Alcaraz. Esta confluencia de fuerzas logró proyectar el fenómeno de la Neometafísica valenciana más allá del ámbito local, como demostró su continua presencia en las ediciones de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo ARCO de aquella década, en la programación de espacios institucionales y galerías privadas del territorio nacional, el reconocimiento mediante premios y becas o su incorporación a colecciones públicas y privadas.
Quizás pueda ofrecernos más claves el hecho de que este fenómeno se comparara a otro precedente denominado Nueva Figuración Madrileña, desarrollado igualmente en el terreno pictórico en la década de los años 1970. Los protagonistas de aquella apuesta por la renovación de la pintura figurativa —Carlos Alcolea, Guillermo Pérez Villalta, Carlos Franco, Chema Cobo, Jaime Aledo o Sigfrido Martín Begué, entre otros— habían demostrado que era posible navegar en solitario con apuestas personales alejadas de las rutas comerciales, y no naufragar en el intento. También ellos contaron con la complicidad de Juan Manuel Bonet que, junto a Quico Rivas y Ángel González, participó en exposiciones como 1980, Otras Figuraciones o Madrid D. F. Una década más tarde, estos artistas se convirtieron en referentes para definir un posicionamiento desde la figuración pictórica en el contexto artístico nacional.
Ricardo Forriols ha señalado recientemente que en la década de los años 90 la pintura en Valencia estuvo marcada por el debate sobre lo que se denominó metafísica valenciana y la renovación de los discursos abstractos[3]. De este modo, La metafísica valenciana marcaría los años centrales de una década encuadrada entre Muelle de Levante, que significó la consolidación de un fenómeno que se había configurado y desarrollado en los primeros años de este periodo, y el ciclo Visiones sin centro. Otra muestra del actual interés por este fenómeno es el capítulo dedicado a la pintura Neometafísica valenciana incluido en el proyecto editorial Los últimos 30 años del Arte Valenciano[4], coordinado por Román de la Calle desde la presidencia de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos.
Pero pasemos ya a analizar está exposición. Muelle de Levante nace como una propuesta de Dis Berlin a Juan Lagardera con el objetivo de organizar una colectiva que recogiera cierto espíritu neometafísico que había percibido en tierras valencianas, al igual que lo hiciera en Madrid. Los comisarios fueron Juan Manuel Bonet y Nicolás Sánchez Durá que seleccionaron a Enric Balanzá, Andrea Bloise, Calo Carratalá, Fernando Cordón, Juan Cuéllar, Ángel Mateo Charris, Paco de la Torre, Dis Berlin, Antoni Domènech, Carlos Foradada, Marcelo Fuentes, José Vicente Martín, Joël Mestre, Antonio Rojas, Manuel Sáez, Ángel Sanmartín, Joan Sebastian, Gonzalo Sicre, Oriol Vilapuig y Aurelia Villalba. Con el propósito de difundir dicho fenómeno se realizó una itinerancia que parte del Círculo de Bellas Artes de Madrid y recorre ciudades del arco mediterráneo como Almería, Alicante, Murcia o Palma de Mallorca.
Juan Lagardera presentó la exposición como la reunión de veintiun artistas emergentes que, componiendo una corriente artística plural, llevaban a cabo una apuesta por la pintura y su eterno retorno. Asimismo, destacó el hecho de que se trataba de una figuración con trasfondo conceptual, una “pintura poética de aromas narrativos y simbólicos, sintética e inquietante”.
En el catálogo de la exposición El retorno del hijo pródigo, Juan Manuel Bonet había publicado el programático texto “Solitarios del mundo”, donde definía la idea de una pintura Neometafísica: “Pintores solitarios, por tanto, para los que la pintura Metafísica es una contraseña y no una receta formal”. Bonet realizará una presentación de los artistas integrantes de la nómina de Muelle de Levante, estableciendo nexos entre ellos, bien sea con la vanguardia plástica y sus fuentes literarias, bien sea con Valencia y con sus galerías afines. El autor define esta pintura como puramente pictórica, concentrada y silenciosa basada en un carácter literario y un sentido reminiscente e irónico.
Por su parte, Nicolás Sánchez Durá dirigía junto a Salvador Albiñana la sala de exposiciones de la Universitat de València. También con Albiñana y Tomás March, desde la dirección de la galería Temple, presentaron una importante línea de pintura figurativa con autores de la talla de Salvo o el grupo Normal. Sánchez Durá, en su texto “S/T, 1.833 palabras sobre papel, 1994”, insiste en el hecho de que la muestra no pretendía documentar una tendencia sino testimoniar la existencia de un grupo de artistas que afrontaban el reto del arte desde la pintura y a contracorriente de la moda, destacando su interés por retomar el medio pictórico desde el bagaje vanguardista y su desinhibición frente al tabú de la literatura desde una actitud contraria a las ideas de novedad, originalidad, eclecticismo y pastiche.
Ciertamente, Muelle de Levante logró despertar interés por el fenómeno que presentaba obteniendo una relativa repercusión crítica. Carlos D. Marco, desde el ABC de las Artes, destacaba la existencia de dos corrientes dentro del conjunto: Los naturalistas y los antifísicos. En la revista Cimal, Juan Bautista Peiró distinguía tres poéticas: la Metafísica, el Pop y el Naturalismo, que lejos de agotarse en su materialidad se proyectan fuera de sí en la inquietud y desasosiego de “un espectador que se desliza en perpetuos interrogantes”. David Pérez coincidía, desde la revista Lápiz, en la necesidad de prestar atención a la emergencia y consolidación de una serie de poéticas que, influidas por el discurso postconceptual, planteaban la perdurabilidad del concepto y la apuesta por la experiencia y la sensación. Además, detectaba entre los pintores convocados una sensibilidad próxima a las poéticas de la supervivencia, dado su intento de vertebrar una resistencia ante el discurso mediático.
Pero la exposición Muelle de Levante ha sido revisada a lo largo de los últimos años en repetidas ocasiones. Citemos, como casos representativos, las exposiciones Visiones sin centro (1998), Canción de las Figuras (1999) y el ciclo Figuraciones (1999-2003).
En Visiones sin centro su comisario, David Pérez, profundizaba en las singularidades de este fenómeno destacando una doble apuesta por la recuperación de los valores técnicos y su decidida voluntad conceptual, recogiendo de este modo la herencia de las tendencias artísticas últimas para poderla reinterpretar desde una particular perspectiva pictórica. Según el autor, este fenómeno no podía vincularse solamente a la práctica de una disciplina, sino a la propia situación del arte y de la sociedad contemporánea.
El poeta y crítico Enrique Andrés Ruiz planteará en Canción de las Figuras una antología de la pintura figurativa española entre dos siglos. En la exposición presentaba, según sus propias palabras, “a una especie de constelación de pintores suficientemente amplia y de gran calidad, que, ejercientes de un viejo oficio al que aportaban novedades conceptuales, suponían una contestación al panorama artístico general caracterizado por la construcción y el despliegue de la idea de Arte propia del llamado arte contemporáneo”. En su selección incluía una representación de pintores neometafísicos, participantes en Muelle de Levante o El retorno del hijo pródigo. Exposiciones también referenciadas por Bonet y Javier Rodríguez Marcos, en sus reflexiones sobre la práctica pictórica publicada en el catálogo.
El ciclo Figuraciones, emprendido por el crítico José Manuel Marín-Medina con el objetivo de cartografiar el estado de la pintura figurativa dentro el panorama nacional de finales del siglo XX, se inició con Figuraciones de la Valencia metafísica (1999) comisariada por Juan Manuel Bonet. Según Marín-Medina, la pintura Neometafísica levantina, que junto a Madrid formaba el eje del resurgir español de la figura, obtuvo un temprano reconocimiento con su primera revisión en Muelle de Levante.
Pero sobre todo, es en la actualidad cuando existe un claro interés por la pintura figurativa española, especialmente en el ámbito académico. Un ejemplo de ello es la Tesis Doctoral de la artista Sara Quintero donde registra más de tres centenares de propuestas figurativas gestadas en España entre los años noventa y la actualidad. En Figuraciones en el cambio de siglo. pervivencia y desarrollo de la pintura en las dos últimas décadas [1990-2010], Quintero realiza una catalogación de actitudes e iconografías que perduran, o se imponen con fuerza, conformando una visión actual del extenso panorama de la disciplina y las estrategias figurales. Como recuerda David Barro, es la pintura la que adquiere un nuevo estatuto cultural una vez que ha experimentado transformaciones radicales en cuanto a soportes, tecnologías e hibridaciones capaces de tornar indecible el umbral que separa lo figurativo de lo abstracto[5]. Una idea defendida también por pensadores como Barry Schwabsky que, desde publicaciones como Vitamina P, ofrecen nuevas perspectivas de la pintura contemporánea cuando una pintura es, sobre todo, la representación de una idea sobre pintura.
Quizás esté próximo el momento de un reconocimiento internacional de este fenómeno —que hemos denominado Figuración Postconceptual[6] realizando una lectura de continuidad entre la Nueva Figuración Madrileña, la pintura Neometafísica y las figuraciones de principio del siglo XXI— si atendemos a ciertas iniciativas específicas realizadas tanto desde el ámbito público como privado. Citemos la mencionada Canción de las figuras[7] o las exposiciones La Nueva Figuración en España[8], Pieza a pieza[9] comisariada por Dis Berlin o la reciente Sur/Sud[10] comisariada por el fotógrafo Bernard Plossu para el centro de arte francés Villa Tamaris. Su director, Robert Bonaccorsi, se preguntaba significativamente por el desconocimiento internacional de la renovación de la pintura desde los años 80 en España, tanto en el campo de la abstracción lírica como de la figuración narrativa, y veía en esta exposición una oportunidad para comprobar la fuerza y la diversidad de la pintura figurativa contemporánea en España. En los textos del catálogo, Bonet y Albiñana destacaban el importante papel de la exposición Muelle de Levante como registro de la figuración que se hacía en la España mediterránea en la década de los noventa.
Pero creemos que también es oportuno mostrar en Valencia a las nuevas generaciones de artistas y público el presente de aquellos autores, y recordar lo que aquella exposición significó. En la ciudad vuelve a renacer un especial interés por la pintura figurativa desde poéticas muy diversas, con una efervescencia que bien podría recordarnos a la vivida en aquel periodo. Un movimiento que se percibe en las aulas de la Facultad de Bellas Artes de San Carlos, que se manifiesta en iniciativas como La presencia y la figura[11] y en espacios alternativos como la sala La Perrera[12] o The Wooden Hut Studio, donde se celebró este mismo año Group exhibition[13].
En Travesías se presenta una selección de 25 artistas que no se habían vuelto a reunir en Valencia desde 1994. Travesías desde la pintura. Como recordaba Mauricio Calvesi en La metafísca esclarecida, la casa-paquebote chiriquinana es la imagen misma de la pintura metafísica: un viaje de la propia estancia que se desliza como una cabina sobre los tersos mares del misterio infinito. Guillermo Solana[14] evocaba los aeródromos, puertos y estaciones que frecuentan estos pintores donde, como en las viejas estaciones de De Chirico, conviven el deseo de huir y la angustia de la partida. La filosofía del viaje y la aventura como inspiración está presente en la iconografía de Charris, Sicre, Cuellar, Tena, Villalba y Ribes, en Dis Berlin, viajero inmóvil, en la poética del vuelo en Teresa Tomás, las pecios de Mestre, las naves de Gálvez, los viajes mentales de Tarazona, De la Torre, Mendoza y Cordón, las ciudades de Flores y García-Alix, los paisajes de Carratalá y Esteban, en el inspirador exotismo de Mollá, Rubert y Bloise, o en los puertos de Rojas. Retomar rutas olvidadas, profundizar en las ideas metafísicas evocando el misterio y la apariencia que nuestra mente otorga a ciertos objetos y aspectos de la vida. Y junto a Hopper, socavar metódicamente las apariencias para lograr que nuestra relación con lo real se tambalee. Unas travesías no exentas de riesgo. Travesías solitarias, al margen de tendencias y modas, que han favorecido el desarrollo de poéticas personales y la coherencia artística, sin olvidar las derivas hacía cierta marginalidad paradójica dentro del sistema.
Entre las claves de carácter estético-poéticas que caracterizan la obra de estos autores, cabe destacar su decidida apuesta por la imagen pictórica –como medio de expresión y campo de reflexión– desarrollada en el formato tradicional que vehicula el cuadro. Es en este medio donde plantean una redefinición del concepto figuración desde la superación de la disyuntiva excluyente figuración-abstracción, apostando por la contradicción y la complejidad con los que se identifican. En su obra, la dimensión retiniana corre paralela a la recuperación de la idea y/o el concepto como fin último del cuadro mediante la superposición de capas significantes. La creación de este espacio pictórico posibilita el diálogo entre la superficie y los recursos pictóricos propios de la representación ilusionista con el objetivo de construir un espacio alternativo donde revelar plásticamente determinadas imágenes mentales.
Travesías presenta un amplio registro de poéticas que comprenden desde las cercanas a la concepción realista de García-Alix, Flores y Carratalá, a las abstracciones de Dis Berlin, Cordón, Domènech y Mollá. Entre ellas, los diálogos con la imagen fotográfica, el cine y los media, en la obra de Sicre, Charris, Villalba, Rubert, La Mutua Artística y Tena. La figuración esencial de Balanzá, Mendoza, Bloise, Estebán, Gálvez y Tarazona. Los espacios híbridos de Rojas y De la Torre. O las imágenes sintéticas de Mestre, Cuellar, Ribes y Teresa Tomás.