De como el comodoro But arribó a Bahía Inútil

Alberto Barberá

En el catálogo El olvido del ojo
Vuelta la quilla, exactamente el viaje que nos llevó desde Sopalmo a Cala Potos: Bodegón de la libertad. La insistencia ígnea y sombría de ocres incandescentes. Es un secreto demasiado bien guardado, inmune a la cripta y al tránsito, dividido entre un modelo reducido de circulación cerrado sobre sí mismo y la llegada siempre intempestiva (dann ist es also Zeit) de un intruso. Junto a la figura siempre me habrá nacido un engendro.
Se refiere su crítico (personal) a su relación (particular) con el lenguaje. Creo que puedo estar de acuerdo: «Devorado por el tiempo, no estoy en el Golfo, pero no atino a encontrar un atajo. El nombre, el milagro de los nombres, frente a escribientes mudos que prefieren no intervenir». Mi idea es que el Capitán But se ha instalado en la cercanía de una lengua poética. Creo que es un asunto de conocimiento por la expresión. A medida que ha ido construyendo su experiencia pictórica («Poéticamente el hombre construye», 1996), se le ha ido imponiendo el acto de nombrar. Hay algo de conquista o de colonización en ello. Es por ello que a veces suena un poco poeta, tiene ramalazos. No sé si su crítico (personal) lo plantea en estos términos, pero a mí me parece que es el punto de partida ineludible. (También está el latiguillo del Museo: «poesía y pintura». Pero no me acaba de convencer el «y». No creo que puedan copular. Como no copulan «arte y revolución», «mecenazgo y creación». Podría aceptar: «poesía pintura» o, si me arrastran, «poesía/pintura»).
Marcianismo y preciosismo: si yo fuera su biógrafo (Dios me libre), diría:
«Todo aquello comenzó cuando Oliver devino Paco de esa Torre (hoy Capitán But), en torno al exilio italiano. Por misterioso capricho del azar, el exilio fue marca de presencia de mujer, ya entonces entre una abuela (ciertamente importante en su vida en tanto que espacio abierto por la ley familiar -que todo lo puede y todo lo abre- a la producción) y un «juego de café». Ese ayuntamiento de geometría y pasión quedó prefigurado en una serie de la que yo tengo el delfín: anillo, tres caballeros y tortuga. El anillo, el anillo, cumpliendo un viejo rito que le hizo vasallo. Sin todo ésto, hubiera seguido pintando hermosos acantilados matéricos, «Te Deseo»s más o menos informales. Disciplina de la línea y del color.»
De esa suerte de transmutación cuya alquimia algún día escribiremos resultó un doble movimiento de forma:
  1. a) como fig(arquitect)ura preciosa;
  2. b) como marciano límite de la figura, como figuración del límite, como umbral de lo presentable.
Dejamos el color para otro día.
Como dice mi Dama, esto es un mensaje necesariamente corto.
Teoría del marcianismo y del preciosismo:
Marte entró en conjunción con la luna el pasado miércoles de ceniza. El poder del Emperador es multidimensional, ya que juega un importante papel en los asuntos del Estado en tanto que Jefe del Estado, Fuente de la Justicia, legislador, cabeza secular de la Iglesia establecida, Comandante-en-Jefe de las fuerzas armadas y Jefe Ejecutivo. Marciano en cierto modo perdió el norte y se puso a decir tonterías. Borrón y cuenta nueva, la Dama en la cuneta con las piernas abiertas. La tierra ganada por la imagen siempre está ahí para burlarse de las cosquillas de Apaches y Mig y Tornados y F-18.
Desplegó entonces el mapa y con gesto ceremonioso señaló el contorno de la suma, la paciencia del cuerpo atravesado. Ahí estaba la antigua hermana de la jamba, plantada en la entrada, mirando desde arriba, como nunca ha dejado de hacer desde entonces. El Director –desmontado y con una corbata de sobra– contemplaba estupefacto el horror encadenado, la barricada perversa, el tampón pintado de negro. Marciano se acercó a la de Ucrania para estudiar sus mejillas infantiles, de algodón. «Dígame cómo voy a llegar a tocarla. Su vacancia me hiela fuera de temporada.» «Aquí no reparamos ese tipo de cámara». La refugiada ahora vendía pan en el barrio del canal, un pan de comino y anís.
La travesía desde la bahía inútil hasta la rada de la quilla vuelta ha dado más puerto marciano que precioso o deseado. Marciano no abandona su antro por una limosna. No acepta la interpretación. Marciano insiste, sabe que no es el más fuerte, y por eso lo es. Estudiar la inconsistencia que persiste. Marciano ha puesto la manía y el esfuerzo al servicio de una responsabilidad más allá de la imagen. A este paso el ojo olvidará, escuchará la jamaica voz que se aleja irrevocable. «Limítame a olvidarte» – dice el maestro en preciosismo adjunto. Todo queda ahora cerca del pequeño formato ofrecido en holocausto a Don Luís.
Rodeados por todas partes menos por una: memoria de imágenes ya idas. Lejos, bien lejos de la complacencia y del horror, que es lo mismo. Que miedo ese rasero que todo lo iguala en la captación del anclaje: heme aquí expuesto. Pero no busca una referencia estructurante, una demanda de verdad. «El puro placer de las formas» ha iniciado la danza. Visto de perfil, el movimiento, es decir el dibujo, es fundamental, insigne predecesor. Y el lienzo acepta la herencia, no sólo de color soberano vestido. Herencia rapera y de arlequín, «El puro placer de las formas» avanza un miembro, levanta otro, antes de girar e incorporar en la torsión el impulso. La materia sin vida se ha animado. Circunvoluciones trabajando a pleno rendimiento. El milagro del dibujo le da a ese mar y a ese desierto la consistencia eléctrica de la lluvia.
Entre un triángulo y un pentágono se extiende la llave del vómito. Realiza la clave de los 17 hermanos. Bachillera esfinge (la jeune fille) que usurpa, con aires de reinona, toda legitimidad. Aquí estoy yo – dice «yo». Habla desde luego en «xarqui», la lengua de «El puro placer de las formas», la «q» sin «u»: qiero aqel qeso. La engañosa belleza, el preciosismo del recién alumno, del hombre que un día, lejos de su tierra, descubrió el sexo de la geometría, para más tarde hacer de ella sus soledades.
¿Dónde está mi moneda? La moneda circula, ha sido acuñada en un lejano país, lleno de resaca y horror. Sí, se agradece ese momento de ceniza húmeda que anuncia la bajera, el tiento despeñado, las primeras luces que preconizan el estertor del mecanismo de precisión vegetal. El capitán But estaba lejos ese día, muy lejos en alguna rada, en una cala apartada de la tierra, la ensenada abrupta del dibujo y del retrato. ¿Dónde está ahora mi moneda? – pregunta un Emperador anticipado y depuesto, heredero de una noche. Perseguía por entonces el capitán But a los peces rojos, y las alfombras y Le peintre dans son atelier. Ya entrado en carnes, el poeta del regreso fugó hacia el minio. Un corte en el tiempo que le dejó el terreno exiguo de la palma de una mano para soplarse de encima la densidad turbia de los materiales.
Precioso Capitán But nada descubrió que no supiera antes de haberlo aprendido. Y no porque hubiera descubierto el valor de cambio de los fetiches. El objeto precioso, encuentro de geometría y color, color dibujado, extendido en una noción de límite que lo distingue y lo celebra, ese objeto precioso es un hermano pobre del fetiche, sabe que no es más fuerte que el fetiche  (y por eso lo es).
* «Lo más absurdo de todo es que al leerte (al leer tu último mensaje: ‘Poetas en el vacío’) tengo la vaga impresión, entre desconcertante y agradable, de estar leyéndome. Tal vez exista algo así como un estilo, que puede, además, contagiarse. Me recuerda una cierta prosa de catálogo, algo duramente (impenetrablemente) concreto y singular que está enunciado y abierto, secreto desvelado tan secreto, que el desvelamiento (su enunciación) acaba por ocultar del todo.  Opacidad de la confidencia. Resistencia de la confesión. Tengo que reprimirme para no contarte un sueño (‘destrucción fue mi beatriz’).»
Portada del catálogo El olvido del ojo

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