“Hubo dos depositarios y medio del secreto: Santamaría, Saed y el (medio) artesano. Santamaría siempre quiere saber si ha habido palpamiento –sin él, nada ha sucedido, dice Santamaría. Saed sólo maravíllase de que yo, Juan Nepomuceno, aquí en el Golfo, haya podido ser tan vulnerable a unas manos, a una fragilidad. El artesano me envió una acuarela que he olvidado dónde puse, una copia de un cuadro, “Fire Drill”. Hay tantas cosas que pertenecen a la Dama y que sin embargo ésta nunca podrá poseer. Por ejemplo: sus nombres, uno a uno”
(La D. de los M., Otoño 1997)
Fire drill: todo el mundo en el edificio sabe que existe un plan de evacuación que debe ser ejecutado inexcusablemente en caso de alarma de incendio. Y así, para que el día en que un incendio se declare (curiosa expresión: “se ha declarado un incendio”) los ocupantes del edificio no estén entumecidos, se hace funcionar de vez en cuando el sistema de alarma sin previo aviso. Los ocupantes, por su puesto, deben ejecutar, y de hecho ejecutan, el plan de evacuación. El espacio-tiempo de la evacuación no es ficción ni simulacro; tampoco es realidad1. Una de las claves de la eficacia, desde luego, es la incondicionalidad de la ejecución del plan de evacuación. El hecho de salir sin preguntar, de bajar las escaleras de emergencia sin plantear cuestión alguna (y en particular toda cuestión sobre la existencia (o la realidad) de un incendio (o del incendio)), estas y otras ocurrencias del imperativo apuntan hacia un mismo objeto.
Un objeto que a falta de nombre habrá que situar en la cercanía de la obra. (Y por cierto que reside en esa cercanía desde tiempo inmemorial.)
“Ya que se desató la lengua (o las venas), seguiré la ley de la estrella, astrófilo aficionado” (La D. de los M., Otoño 1997). (…) “desde ese exceso de mirada que se hace visión en el aparecer (o: la imagen) del otro” (De un catálogo de artista).
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1 ¡Ni virtualidad!