Jaque Mate A La Torre

Mara Mira

En el catálogo Treintaitres malditos años
Entre la razón y los sueños los hombres han tejido una larga enemistad que sólo Freud ha logrado romper. En los sueños el espejo de la mente se enturbia, no para ocultar si no para abocarse al reclamo imperioso de los impulsos y sobre todo rendirse a los alicientes del deseo renunciando a cualquier bastardo autocontrol regido por la voluntad.
A Paco de la Torre le ha costado años aprender a domesticar sus pasiones. Las estrategias aprendidas para ocultar esta opaca energía han dado al traste, a pesar de haber decretado un plus de peligrosidad su alterado sistema emocional. De forma que, al final, siempre actúa siguiendo el ambiguo esquema “ni contigo, ni sin ti”. Antagonismo que, en principio, provocó graves fluctuaciones en su voluntad, con proyecciones de deseo inconmensurable imposible de aletargar con mandamientos divinos o apariciones de orden galáctico, neutralizadas sólo por una querencia complementaria de acuerdo a la grandeza de su angustia: la pintura.
Paco en la Torre ya no concibe su pasión como un enemigo al que hay que derrotar; absurda guerra en la que andaba enfrascado y que únicamente conducía a humillantes capitulaciones de su inteligencia, pero siempre ha sido respetuoso al ritual de las reglas y una parte de su emotividad es incomunicable al seguir obediencias y respetos desconocidos por nosotros.
¿Será donde habita el sueño el monopolio legítimo de las pasiones de Paco tras la Torre? ¿Valdría la pena dormir si no experimentásemos algún resquicio de pasión pegajosamente unida al pasado o incluso a ese horizonte de deseo que es el futuro?
Sólo el sueño cura las heridas y sabemos que Paco por la Torre es un animal herido de exageración y delirio. El estado onírico remueve y sacude cualquier pasión sedimentada, incluso aviva su intensidad y se torna pronta al exceso. Esta grandeza de los sueños, por ver de más, es el pigmento que se pega a los pinceles de Paco ante la Torre. Su función es simple, tutelan la tarea del artista. Habrá quien piense que estoy equivocada y crea que son la experiencia y la vida los filtros asidos a la brocha, pero, créanme, tan angosta perspectiva sólo reduce posibilidades y expectativas y ya sabemos que Paco contra la Torre siente deseos arrogantes que en ocasiones lo tornan huidizo. El cree que trabaja con materias inaprensibles como la nada. A veces, incluso piensa que dibuja el vació, mas no es cierto. En el vació, en la nada, está toda la tristeza del mundo y lo único que le ocurre a la dialéctica de la pintura de Paco desde la Torre es que atraviesa su órbita vital de ensueños generando un potente y paradójico orden confuso. Nada más, aunque tampoco nada menos.
Paco hacia la Torre sabe que nuestra civilización imputa a la pasión el atributo de la ceguera. Menos mal que, ahora, su espíritu se nutre de los milenarios antídotos que aportan la constancia y la paciencia, si no estaría perdido y Paco con su Torre se ha construido una vara-bastón que lo aparta de las tinieblas ¿O le conduce a ellas?
Pié de foto

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