El indeterminado mundo figurativo de Paco de la Torre experimenta un acercamiento al cosmos constructivista.
Incluido en las principales exposiciones colectivas que durante la segunda mitad de los noventa han querido mostrar el estado actual de la figuración española —Muelle de Levante, De la Valencia metafísica, Canción de las figuras—, el pintor Paco de la Torre (Almería, 1965), educado artísticamente en Valencia y en Milán (en cuya Academia de Brera disfrutó de una beca concedida en 1989), ha tenido desde muy pronto el apoyo de Ramón García Alcaraz desde la galería My Name’s Lolita Art, así como la fortuna crítica de ser también respaldado por Juan Manuel Bonet, quien lo ha vinculado a un heterogéneo movimiento neo-metafísico y ha relacionado su pintura, tanto desde el punto de vista cromático como formal, con la del italiano Salvo y la brasileña Tarsila do Amaral. Sin embargo, la inserción de Paco de la Torre en el ámbito de la figuración —una tendencia que se ha mostrado especialmente activa en el área valenciana y donde, entre otros, se situarían autores como María Gómez, Gonzalo Sicre, Dis Berlin, Antonio Rojas y Ángel Mateo Charris, éste último quizás el más conocido del grupo— ofrece algunas peculiaridades que tienen que ver con su específico lenguaje plástico, esto es, un lenguaje que si bien presenta rasgos inequívocamente figurativos, incluso narrativos, con claras referencias extraídas de la pintura metafísica italiana y de la vanguardia surrealista, también lo es que desde 1998 al menos mantiene un acercamiento cada vez más intenso con las formas geométricas de la vanguardia constructivista. En realidad, la postura de Paco de la Torre es la de quien se nutre y encuentra su principal fuente de inspiración en la propia tradición artística, en este caso en la riquísima experiencia del período de entreguerras, particularmente fecunda para él en todo lo que se refiere a los pintores metafísicos italianos, de los que ha sabido captar una atmósfera tensa y pesada que, junto a su predilección por la forma arquitectónica y la soledad de sus paisajes, convierte su obra en una extraña y paradójica fusión de serenidad, misterio e inquietud. A él más que a otros pintores del cosmos figurativo podrían aplicársele las palabras que Carlo Carrà escribió en 1919 en Valori Plastici: «El pintor-poeta siente que su verdadera esencia inmutable nace en ese reino invisible que le ofrece una imagen de eterna realidad».
En esta muestra, formada por cuadros cuyo nexo de unión está constituido sobre todo por la excelente factura y por el color, se exponen los tres tipos de imágenes con los que Paco de la Torre está trabajando simultáneamente en la actualidad: las que exhiben una poética más narrativa y dependiente del surrealismo (El testimonio de su imagen), las que se vinculan a la desnuda geometría del constructivismo (El velo de la nostalgia) y las que se mueven en un territorio formal más indeterminado e impreciso (El baño de las hipálages, Impaciencia). Es precisamente esta indeterminación la que acentúa el carácter fronterizo de algunas de estas imágenes, convirtiéndolas asimismo, como resalta David Pérez en un bello texto, en resguardos seguros contra esos obstáculos para el reposo de la mirada y la hermenéutica que son la hipervisibilidad y la videopatía que nos invaden por doquier.