«La obra no tiene estilo, es como una máscara»
Francesco Clemente
Me gustaría proponer el deleite de la fragmentación del estilo, ya que su presencia y aceptación viene siendo especialmente significativa en el arte de los ochenta y concretamente en la pintura más reciente.
Lo hago porque vengo preguntándome ya bastante tiempo de dónde viene la fascinación por esa aparente estridencia llamada por algunos pastiche; esa complacencia en las mezclas de ismos, el disfrute del contraste tanto como el de la armonía: la diversidad, el eclecticismo.
Y encuentro que esa llamada ruptura del concepto de estilo, que ha dado buenas muestras bajo el «estilo transvanguardia», adquiere ahora una resonancia nueva de carácter romántico que viene dada por una renovación de la actitud del artista.
Si seguimos el pensamiento posmoderno no? damos cuenta de que la rememoración de diferentes maneras, el dar un repaso por ellos cor un propósito referencial y apropiárselas para PINTAR no constituye por parte del pintor un intento de superación crítica de nuestro pasado reciente (como en toda vanguardia), ni la aceptación sin más que repite y prosigue lo repetido, sino la evidenciación de un nuevo nihilismo, cuyas categorías típicas son, usando la nomenclatura de Vattimo, la «convalecencia» y le «(dis)torsión»; el pintor de los ochenta es otro manierista cuya tesitura encierra simultánea mente la modificación y la perpetuación de le establecido.
Nos encontramos de este modo con signos cogidos al azar del surrealismo, el pop, el expresionismo o el informalismo, junto a retazos semiolvidados de clasicismo o del naturalismo más académico en un mismo cuadro. Todo ello compuesto por alguien que se ha apropiado del nihilismo característico del personaje romántico y que entiende la regla del arte, en palabras de F. Clemente, como «el contexto que lo envuelve, la forma, el material y el signo, esa extensión de la imaginación individual».
Pero el componente romántico del pintor de hoy está marcado por la impronta de nuestro tiempo. Y su desarrollo es otro, precisamente porque el artista no quiere destruir lo anterior y porque vaga así en la incertidumbre cuestionándose su pasado —que es su presente— y poten-ciando con este comportamiento la creencia pro-funda en su individualidad por encima de cualquier necesidad de superar o «dejar atrás» lo anterior. Una individualidad que es el eje de la obra y que se adhiere al soporte de la pintura como una máscara. ¿Acaso no son los artistas románticos quienes con mayor intensidad han establecido una fusión entre su vida y su obra?
Pues del mismo modo el pintor de ahora se encuentra solo o rodeado de historias tan íntimas y particulares como la suya. Camina con los demás, pero sabe que está abocado a crear por encima de todo su vida de pintor paralela a la vida de otros tantos pintores.
«Diríase, en primer lugar, que el artista actual transita a través de la historia artística como un nómada, como un errante, que reactualiza el pasado interiorizando su disolución y desconstrucción. Enlaza así con una figura central de la modernidad: la fragmentación. No recupera, pues, el pasado del arte si no es desde el fragmento y los simulacros, sin identificarse con él, desde la óptica del presente.»
Simón Marchanz Fiz
Propongo, por tanto, ésta como una de las razones de que veamos emocionados ciertos contrastes y disonancias de la fragmentación e insisto en no dejar escapar las «faunas raras» que, únicamente gracias a la concesión de un volver a mirar, podemos encontrar en estos cuadros.
Y, finalmente, avanzar hacia el pintor a través de una superficie que fragmenta la noción de estilo, pero que se impone como totalidad merced a esa recuperación del espíritu romántico.
La pintura vuelve a ser ese espacio trascendente que, representativo o no, posee la dimensión de lo que afortunadamente, no se puede romper.
Noviembre, 1987