UNO: PACO DE LA TORRE, TÍRATE DE UNA VEZ
«La naturaleza se ha mostrado generosa sólo con aquéllos a quienes ha otorgado el privilegio de no pensar en la muerte.
Los otros están a merced del más antiguo y corrosivo de los miedos sin que la naturaleza les haya ofrecido, o al menos sugerido, los medios para curarse de él. Si morir está dentro de lo normal, no lo está el complacerse en la muerte ni el pensar en ella por cualquier motivo.»
E. M. Cioran
Dedicarse a pensar los vacíos del ser, avanzar hacia sus miserias por exceso de lucidez, hundirse y perderse, es un privilegio que no tienen los anémicos; las naturalezas fuertes, al reconocerse en conflicto consigo mismas, se ven alteradas de tal manera que aportan todo su ímpetu y toda su energía a las crisis que sufren como un castigo inevitable, como una fatalidad cuya atracción resulta imposible de frenar. El hombre caído no se parece en nada al fracasado. El caído evoca más bien la idea de alguien que ha sido golpeado sobrenaturalmente, como si un poder maléfico se hubiera ensañado contra él y hubiera tomado posesión de sus facultades: el poder del abismo.
El abismo como representación de aquello que nos atrae aún con nuestro conocimiento de la fatalidad que implica, enmarca la idea de tránsito o desplazamiento; también un descenso, puesto que el movimiento supone forzosamente un paso de arriba a abajo; por último una incertidumbre, por el desconocimiento del lugar al que una fuerza superior, fatal, e irrefrenable, como el destino —o la fuerza de la gravedad— empuja a sus víctimas. Desconocimiento falaz, pues el destino irrevocable es el vacío, o la nada; toda una metáfora sobre los temores del pintor —inicios difíciles, incertidumbre, cambios de estudio, gente que no le deja pintar en paz, horarios…— y sobre la actual situación de «la Pintura», que más vale obviar por educación.
Lo único que espero es que Paco, que ha encontrado ya toda una justificación pictórica a las miserias arbitrarias de la introspección, encuentre un buen paracaídas y se lance de una vez al precipicio. Y si no, que se tire sin él.
DOS: UNA AMIGA PUEDE CAMBIAR LAS COSAS
Las calientes relaciones de Fernando Cordón con el ordenador Amiga (programa de pintura), que tuvieron lugar en un caluroso des-pacho de la facultad -caluroso por lo atestado de un incesante trafago de visitas acaloradas, por las resonancias intrínsecas de aquel reducido lugar, por la colaboración irritante de Paco, la novedad de unos colores infinitamente más saturados y brillantes que los del temple al huevo se que empleaban en la clase de al lado, o en la de arriba, y además por los calores propios del fin de curso-, marcó un quiebro particularmente significativo en sus reflexiones sobre las convenciones de la representación espacial; lo que anteriormente era un estudio que se articulaba sobre la manipulación de una gramática «esencial» en el trazo (pinceladas generalmente lineales) y algo más sutil en el color, se transformó, debido a los nuevos ejes perceptivos que «amiga» había proporcionado, en algo mucho más denso y sólido, que a mi modo de ver puede definirse como una vuelta frenética a las imágenes y un abandono de cualquier cercanía al reduccionismo formal. Y el frenesí de la vuelta a las imágenes puede medirse por la densidad de evocaciones simultáneas que éstas provocan: Kitaj, A. Jones, la ironía espacial del Hockney de los sesenta, Katz, Romanticismos, Surrealismos, arquitecturas metafísicas…
TRES: ELLOS DOS Y CASI TODOS LOS DEMÁS
Efectivamente, como dice Gordillo, a propósito del eclecticismo, «si se encierran muchas ratas en un espacio pequeño, si se ponen muy nerviosas y si se mueven mucho, termina por producirse una papilla de ratas…», pero también puede decirse de otra manera, por ejemplo, como Simón Marchan: «…una generación no tanto interesada por in-ventar palabras como por construir frases a partir de materiales ya conocidos…» Y es que el artista actual dispone de un enorme banco de imágenes, y asumiendo la falta de confianza en el racionalismo, el abandono de las militancias, la extinción de toda adhesión a la ideología o a los contenidos estables, y anulado ya todo intento programático, o cualquier visión unitaria o sistemática, rompe con la inocencia de la antigua ontología objetivista, renovando la confianza en las facultades imaginativas e intuitivas, e inaugurando, por lo tanto, un nuevo y ambiguo camino hacia la narración, el simbolismo…
La imagen pictórica de los ochenta es la imagen del desorden estilístico; se asemeja a un enorme «collage» tomado de un libro de pintura con malas reproducciones, mezclado con unos cuantos impulsos electrónicos, salteados de sensaciones táctiles y convulsiones psicosomáticas, con una pizca de ironía y un buen catálogo de sinécdoques visuales… Todo esto, afortunadamente, apenas es vislumbrado por la conciencia, pues como decía De Kooning: «Todos estamos trabajando sobre la base de ideas en las que no creeremos durante mucho tiempo.»
Noviembre, 1987