S/T

Carlos D. Marco

En el catálogo Poéticamente el hombre construye
Si hay algo que caracteriza la pintura de Paco de la Torre es el silencio. Parece que el artista bucea, al margen del sonoro vacío exterior, en las necesidades secretas y oscuras de la propia mente, pues, como afirma Nerval: “la imaginación no ha inventado nada que no sea verdadero, en este mundo o en los otros”.
Pero no realiza blandas piezas intimistas. Más allá de eso, él crea espacios –unos poblados de personajes, otros inanimados– pero siempre construidos por una sobria racionalidad matemática, que discurre por profundidades inviolables. Quiere atrapar lo invisible, fijar dimensiones que sólo tienen expresión mediante guarismos, una vez superado el escalón cartesiano de la realidad cotidiana.
Le tienta, al fondo del escenario, el ideal de pureza. Ese es su caballo de batalla. Para conseguirlo, debe abandonar estrictamente toda representación, tanto de lo conocido –pues por eso mismo ya está contaminado de juicio– como de lo ambiguo y oscuro.
Plantea pues una presencia fría, ausentes los sentimientos, en donde únicamente la mirada original, sólida y perfecta –cuyo campo visual aparece ensalzado– está dotado de poder poético, y el pensamiento puede volar.
Lo que ata a esa mirada con la mente, más que una realidad líquida y cambiante, es la pulsión simbólica, el autentico rasgo constitutivo, siempre arcaico, que delimita lo real: vemos a través de los símbolos, como muy bien pusieron de relieve los surrealistas.
Paco de la Torre rehúsa, sin embargo, la proyección del deseo. En la búsqueda de referentes personales profundos, detiene la vorágine y despliega la inmovilidad necesaria para la actitud contemplativa: casas, plantas, caminos, hombres cual estatuas somnolientas –impregnados de una paz singular– son los arquetipos constantes en la humanidad, y él los refleja.
Una cierta idea de divinidad se insinúa, como negación de la moderna noción de obra y del uso vulgar del lenguaje creador. Sus cuadros y dibujos no son epidérmicas imágenes, sino una reflexión completa sobre el imaginario colectivo, el sustrato sobre el que se apoya la conciencia.
Intenta un giro más y –asceta en el desierto– trata de meditar sin ejercer crítica, como un hermético sabio antiguo, para alcanzar mediante el instinto y la tradición, la esencia de las cosas. Expresa así su rechazo a un arte que ha olvidado sus orígenes sagrados y discurre por cauces de banalización e ingenua pedagogía, y sueña con trascender la materia, color, dibujo, textura, sensibilidad y sensualidad, y que su obra se convierta en acto puro de un culto universal.
Retrato PT en la galería Seíquer

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