Caos y Clasicismo

VV.AA.
Museo Guggemheim

Paco de la Torre

Arte10.com
Abril de 2011
Número (ID): 388
ISSN: 1988-7744
El museo Guggenheim de Bilbao recibe la propuesta neoyorquina Caos y clasicismo que centra su atención en uno de los momentos más polémico del arte contemporáneo. El periodo de entreguerras en Europa supuso para la vanguardia histórica un punto de inflexión que ha tenido múltiples lectura, desde un retorno al orden a la gran revolución de la pintura tradicional.
La muestra retrata el periodo que abarca desde el año 1918, el final de la Iª Guerra Mundial, a 1936, el inicio de la Guerra Civil Española. Más de 150 obras con un enfoque multidisciplinar -pintura, escultura, fotografía, arquitectura, cine, moda o artes decorativas- representado por más de 90 artistas de los principales escenarios de este fenómeno: Francia, Italia, Alemania y España.
La nómina de artistas está integrada por componentes de la vanguardia más radical, como son los cubistas Georges Braque y Pablo Picasso, futuristas como Carlo Carrà, representantes de la Bauhaus como Ludwig Mies van der Rohe, o expresionistas como Otto Dix. La polémica se desata al hacer una lectura del significado de los cambios producidos en la trayectoria de estos artistas, y como propone el título de esta exposición se pasara del caos al clasicismo. No creemos que sea muy acertado hablar de caos para referirse al arte que propone la vanguardia histórica, y mucho menos calificar de clasicismo al arte realizado en este periodo. Pero no podemos obviar el cambio en los planteamientos conceptuales de estos artistas.
Jean Clair en su muestra Realismos, celebrada en el año 1980 en el Pompidou de Paris, hizo la más amplia revisión de este periodo hasta ese momento. Su proyecto proponía una nueva lectura sobre las llamadas figuraciones de entreguerras. Clair inició un movimiento de recuperación de artistas, y de determinados periodos en la trayectoria de otros, que habían quedado al margen de la historia oficial del arte del siglo XX. Una historia que se articuló desde Nueva York, tuvo como escenario principal el MOMA y donde no encajaron ciertos posicionamientos artísticos realmente complejos.
Donde algunos han visto un retorno al orden, otros han descubiero los primeros brotes de postmodernidad. Hal Foster ha insinuado en más de una ocasión que estos posicionamientos implican un ataque hacia lo moderno, y ha levantado sospechas sobre sus intenciones fascistas. Y su compañero en la revista October, Benjamin H. Buchloh, ha acusado al historiador francés Jean Clair de intentar entender estos fenómenos al margen de su contexto histórico y político, y de defender una nueva forma reaccionaria y antimoderna de escribir la historia del arte. En su obra colectiva 1900, donde exponen su verdad sobre el arte del siglo XX, prefieren describir el neoclasicismo de Picasso como un readymade. Aunque si escuchamos lo que piensa Picasso cuando el director de orquesta suizo Ernest Ansermet le preguntó en Roma en 1917 por qué adoptaba simultáneamente dos estilos totalmente opuestos como el cubismo y el neoclasicismo, Picasso respondia: «¿No lo ve? ¡Los resultados son los mismos!». Quizá el prejuicio no esté en las obras.
La muestra que presenta estos días el Museo Guggemheim, en su sede bilbaina, se articula en ocho secciones temáticas que responden a una lectura contextual de estas obras en el periodo de entreguerras. A la sombra de la guerra es el título de la primera sala donde se exponen una selección de quince grabados de La guerra (Der Krieg, 1924) de Otto Dix, que conviven con esculturas de Aristide Maillol o Auguste Guénot. La siguiente sala lleva por título Un yo más perdurable, una visión del modelo clásico escultórico como una versión del hombre en obras de Mario Sironi, Julius Bissier o Pablo Gargallo. En la sala La vanguardia de cara al pasado se enfrentan las dos caras de autores como Braque o Picasso, su vertiente clasicista junto a Leger o Julio González. El renovado interés por la historia y mitología griega y romana es el leiv motiv de Locos por el clasicismo, capitaneada por Jean Cocteau. El traslado de la idealización clásica a la escultura es la línea argumental de la sala Cuerpos clásicos, nueva humanidad, donde la obra de Georg Kolbe acompaña a las idealizaciones políticas de izquierda como Marcel Gromaire o de la derecha como Massimo Campigli. Los constructores recoge las interpretaciones arquitectónicas del clasicismo desde las visiones de Le Corbusier, Terragni o Mies van der Rohe. La Nueva Objetividad Alemana y el Novechento Italiano representan la vuelta a la realidad en Haciendo clásico lo cotidiano, con retratos de Giorgio Morandi o August Sander. La representación del cuerpo como espectáculo moderno es el tema de la sala Escenificación/Ansiedad, donde las puestas en escena de gladiadores de Giorgio de Chirico convive con obras de Antonio Donghi, Juan Gris, Erich Heckel o Gino Severini.
No podía finalizar la propuesta del comisario, Kenneth E. Silver, sin enfrentarnos a El lado oscuro del clasicismo, representado en esta ocasión por fragmentos de la obra Olimpiada (Olympia, 1936–38), de Leni Riefenstahl, sobre la que recae el peso de haber sido una gran propagandista y cineasta nazi.
Como anunciábamos al inicio de este texto, la muestra se aventura en un momento difícil y complejo de la historia del arte contemporáneo, en el que las relaciones entre arte y política, modernidad y clasicismo, oficialidad y marginalidad, se llevan al límite en unas obras y unos artistas que pertenecen por derecho propio a esta historia, superando todos los prejuicios y calificativos.