Alex Katz pertenece a la ilustre estirpe de pintores solitarios que abundan en el movimiento renovador de la pintura figurativa que desde principios del siglo XX corre en paralelo a la vanguardia artística más radical.
Casi nada titula David Barro esta nueva muestra que se puede visitar hasta finales del verano en A Coruña. Y es que si miramos objetivamente las pinturas de Katz nos encontraremos con eso, casi nada. El máximo de expresión con los mínimos recursos, un planteamiento que suele descolocar al espectador.
Porqué lo que nos presenta Alex Katz en su pintura son, en cierto modo, retratos anónimos y paisajes rescatados de la abstracción. Extraño contraste con el que reivindica un espacio propio más allá del Arte Pop, en el que nunca militó. Y cuando todo el mundo quiso ser De Kooning, recuerda Barro, él quiso ser Alex Katz. Se declaró seguidor del katzismo, con un estudiado dandismo y glamour hollywoodiense bajo el que gusta autorretratarse. Una estética cool con la que Barro afirma que Katz enfría la pintura, al otorgar más atención al cómo que al qué. Un coctel muy fifty como diría Juan Manuel Bonet, el prologuista de este interesante libro-catálogo, donde el jazz, la calma y la sofisticación se agitan con la serenidad suficiente para congelar la levedad de lo banal y cotidiano desde la emotividad poética y rítmica. La elegancia de lo decorativo, que tanta sospechas levanta entre los integristas, renace con la alegría propia de Matisse en las siluetas recortadas contra los monumentales fondos monocromos, tan irónicamente color field. Mitad valla publicitaria, mitad pantalla de cinemascope son los formatos donde se recrean las andanzas de sus amigos y colegas en superficiales poses, mas propias de modelos de pasarela que de invitados a sus selectas fiestas. Gafas de sol, gorros y demás complementos de temporada forman parte de la estrategia con los que Katz despersonaliza a los retratados, para acabar convertidos en una extensión del propio autor.
Si profundizamos en las pinturas de Katz descubrimos la base de un dibujo bien definido, realizado a escala y que se traslada al lienzo por métodos tradicionales, como demuestra una de las obras expuestas. Un proceso que surgió como respuesta a la action painting o los expresionismos que conformaban el contexto de su formación. Otro de las características más significativas es la influencia de los media, desde el cine y la fotografía, reflejada en sus encuadres y composiciones que registran una profundidad de campo innovadora. Es en los films de Antonioni, Bergman, Resnais o Godard donde encuentra la inspiración para ejecutar estos encuadres agresivos y paradójicos en los que sesga los rostros o provoca traslapos imposibles. Pero también es en estos fotogramas donde descubrirá el misterio que destilan los personajes perdidos en prolongados silencios, como sucede en el sórdido e inquietante universo de Hopper. Su capacidad de síntesis, desarrollada a lo largo de su carrera, le permite elaborar una selección de rasgos mínimos que contribuyen a reducir el contenido emocional de su obra. La seriación y la escala heroica, estrategias compartidas con el Arte Pop, completan la metamorfosis de sus retratos.
La publicación que el MACUF ha editado con motivo de esta exposición desborda los límites del catálogo tradicional, para convertirse en el primer libro sobre Katz publicado en español. A partir del análisis de su obra, el autor establece relaciones basadas en nexos formales y conceptuales con la pintura de algunos de los principales representantes de la figuración contemporánea. En su lúcido texto David Barro estudia los paralelismos entre la obra de Katz y antecedentes como Edward Hopper, coetáneos como Gerard Richter o David Hockney y las nuevas generaciones como Luc Tuymans o John Currin, aportando de este modo una novedosa lectura de la pintura figurativa del siglo XX con la obra de Katz como eje discursivo.
Si Tuymans afirma perseguir en su pintura representar lo irrepresentable, Katz replica que cualquier imagen puede ser pintura, en una suerte de apropiación duchampiana con fines pictóricos. En esta línea Barro señala que la pretensión de Katz no es decirlo todo, sino hacer visible un enigma capaz de excitar los sentidos. Un pensamiento que le conectaría con la metodología surrealista presente en la obra de Magritte o Dalí. Un enigma representado en unos cuadros donde nunca pasa nada o en los que no somos capaces de desvelar lo que sucede. Un enigma que alerta al espectador para que no confunda estas escenas con un nuevo costumbrismo contemporáneo, hipnotizado por la ingenuidad hedonista que destilan sus fiestas, cócteles y aeropuertos.